Inspiration

jueves, 18 de enero de 2018

Inspiration

Tengo una carpeta llena de textos ajenos. Que leo y me inspiran. Que me inspiran y releo una vez tras otra. Muchos terminan en el olvido hasta que el aburrimiento me llama para reencontrarme con ellos. Unos me inducen a pintar, otros a añadir propósitos nuevos a mi lista. Pero este, este siempre me hace sentir afortunada por vivir y, paradójicamente, me saca una sonrisa por esa carga de más que llevo en la espalda. Por quien sea que escribiera este texto, gracias por robarme las palabras que yo nunca hubiera sido capaz de plasmar:


"Lo que le daba pena a mi padre de morirse era no vernos crecer.
No ver cómo la carne de su carne se expandía, metía la pata, se enamoraba o se desesperaba en un atasco.
Tal vez no seguir sintiendo que podíamos enseñarle.
Que siendo, reafirmábamos su estar aquí.
Somos muchos los abandonados.
Que tuvimos que escuchar "se ha muerto" en nuestras casas.
Que tenemos que asumir que alguien que queremos se vaya a perder nuestra vida.
Eso es imposible de explicar.
Y aunque tratemos que no se note, se nota.
Cuando todo va muy bien, o muy mal.
Ahí.
En la mirada un poco perdida.
En una excusa: "nada, no tengo el día".
En un temblor bajo las sábanas.
Los abandonados no podemos ser silenciosos.
Porque siempre crujimos como un suelo viejo de madera bajo unos dedos de puntillas.
Porque nos volvemos viejos.
En el mismo instante en que nos hacemos a la idea de que lo que amamos ya no existe.
Los abandonados siempre tememos el momento en que la espalda del otro se separa en la cama.
Por si no vuelve.
La muerte no se supera.
Con la muerte se cambia.
Y con ese cambio puedes hacer algo.
Yo doy las gracias.
A ti.
Gracias por superar el miedo a que alguien dependiera de ti.
Gracias por dejarme un pedazo de tu cuerpo para vivir.
Gracias por alimentarme.
Gracias por despertarme.
Gracias por permitirme elegir.
Gracias por proporcionarme toda esta existencia que se acumula a mis espaldas.
Toda esta existencia que te has perdido.
Y que yo escribo para ti.
Porque si escribo es para desarmar a la ausencia.
Si escribo es para que no te conviertas en un fantasma.
Si escribo es para contarte cómo soy.
Qué siento.
Qué quiero.
Si escribo es para que me conozcas a través de otros.
Porque si muchos me piensan a la vez.
Alguna onda atravesará el tiempo y el espacio.
Y te tendrá que llegar.
No vamos a volver a vernos.
Nunca.
Tú tuviste tus recuerdos.
Me tuviste.
Ahora yo tengo tus recuerdos y los míos.
Y cada día es un legado.
Cada día que estoy triste pienso que a ti, que ya no puedes, te gustaría estar triste, pero vivo.
Y se me quita rápido.
Hoy me hubiera gustado ir contigo a comer un helado al lado del mar.
Tal vez, un poco nervioso, presentarte a un chico.
Que le miraras desafiante y me pusieras en evidencia.
Y reír los tres.
Ahora pienso que todo este tiempo feliz sin ti.
Sigue siendo un regalo que tú,
Me haces a mí."

domingo, 10 de septiembre de 2017

stay hungry, stay foolish

No puedo estar más agradecida de que una sesión de tarde de aburrimiento me haya hecho entrar aquí, justo un año después de mi última entrada. Cliqué en la pestaña de 'blog' con la esperanza de enriquecerme de alguna lectura ajena y sumergirme en la literatura de otro. Pero aquí estoy, sorprendida de que guardara mi propio blog en esa carpeta y que lo hubiera olvidado.

Llevo un año sin escribir, que no sin imaginar que escribía. Me cansé de ser tan transparente, de saber transmitir con tinta lo que con palabras no conseguía. También, de querer vivir en la piel de los personajes que creaba.

De verdad, he pensado muchísimas veces en volver a escribir. Pero me daba miedo. Me da miedo quedarme a medias o no saber continuar. De no saber crear como antes.

Durante estos últimos meses he sido más presa de los temores que de mí misma. Todo me asusta y no sé escapar del torbellino de emociones negativas que alguna vez azotan la vida de cualquier persona. Me he muerto de miedo aferrándome a la idea de que sería incapaz de luchar contra ellos.

Pero aquí estoy, una vez más, desnudándome ante los ojos de los curiosos o ante nadie. Sintiendo que puedo. Igual que pude y siempre podré.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Qué has hecho con nosotros. No conmigo, sino con nosotros. Porque yo dejé de sumar sobre mí mismo en el momento en el que me multiplicaste con tu mirada.

Qué has hecho con nosotros, que ya no necesitamos el norte o el sur para encontrarnos. No necesitamos ubicaciones para vernos en cada puta esquina de esta ciudad.

Qué has hecho con nosotros. Que nos hemos convertido en la paradoja de todas las casualidades y en los retales de todos los corazones rotos que han pasado por nuestras vidas.

Y ahora, si no vuelves.

Dime.

Qué hago con nosotros.


lunes, 13 de junio de 2016

Superhéroes anónimos

La vida son momentos. La vida es todo lo que quepa en un recuerdo, y nosotros, los retales de fotografías de época. Y, ¿cuánto dura un momento? Cuántos momentos caben en una vida, y cuántas vidas somos capaces de vivir en un momento. Hay ocasiones en las que creemos vivir una vida, y sin embargo estamos reviviendo a las de nuestro alrededor; lo que, indirectamente nos convierte en ¿superhéroes?

Lunes. 8:00 de la mañana. El autobús que sale del Reina Sofía nunca es puntual. Le gusta retar a los relojes de las caras cansadas, que se resguardan del frío bajo la marquesina. Y aquella mañana, hacía un viento horrible. Por eso Alex decidió ser uno más bajo aquel techo de cristal, aunque le supusiera llegar 10 minutos tarde a la oficina.

Se había sentado en la primera fila tras el espacio reservado para minusválidos. Le gustaba ese asiento, porque podía mirar de forma descarada a quien llegara, y no tener que sentirse culpable por ello. Tenía el poder. Y de esa forma, como si fuera a ser la última vez que sus ojos le regalaban el lujo de observar tal belleza, la vio retirarse el mechón de pelo de la cara; mientras guardaba el abono mensual de transportes en el bolso. Ella se percató.

Le atacaron los nervios al estómago en cuanto su cerebro contempló la idea de acercarse a ella. De conocerla. De saber si va triste o contenta a donde sea que la lleve aquel autobús de Madrid. Julia sintió un respingo en cuanto pensó en la posibilidad que él pudiera levantarse hacia donde ella esperaba. Y así se lo imaginó:

- Perdona, ¿te he pisado?

- No importa.

- Soy Carlos.

-Yo Julia.

- ¿A dónde vas? - se interesó él.

-Trabajo a las afueras. En la secretaría de una escuela de idiomas. ¿Y tú?

- Llevo la contabilidad de una agencia de publicidad.

- Vaya…, ¡qué interesante!

- ¿Te apetece que nos tomemos unas cervezas esta noche? - él sonrió de lado. Y ella le imitó.

- ¡Claro! Apunta mi número.

El conductor frenó bruscamente. Ella volvió a la realidad y él se dio cuenta de que era su parada. Se levantó y la miró; como si se despidieran. De camino a la oficina, recreó la conversación que habían mantenido, según su imaginación, hacia solo un par de minutos:

- Perdona, ¿tienes hora?

- Sí, son las 8:15.

- Vaya, llego tarde… -la mira de reojo- Soy Alex.

- Yo María, encantada. ¿Vas muy lejos?

- No…, trabajo en un bufete de abogados cerca de Plaza Elíptica, ¿tú?

- En una agencia de fotografía –vuelve a retirarse un mechón de pelo de la cara- ¿Quieres que nos tomemos algo esta noche?

- Iba a proponerte lo mismo- se intercambiaron tarjetas como quien cruza una mirada. Fácil, sin remordimientos. Sin esperas ni tradiciones amorosas.

Y eso es lo que duró un momento para ellos. Cinco canciones de Andrés Suárez y seis paradas del E1. Habían vivido una vida de sensaciones en un momento. Ella sintió que aquella mañana le sonreía. Él había sido su superhéroe, y ni siquiera lo sabía.

Por todas esas personas que, sin darse cuenta, se convierten en los únicos salvadores de tu mundo. Con una mirada o una sonrisa gratuita. Sin poderes y bajo el anonimato de un guiño de esperanza.

sábado, 11 de junio de 2016

Te marchaste sin levantar sospecha. Y yo me quedé con la sensación de que no te volvería a ver marchar. Me miraste como solo miran las personas que saben hablar con la mirada. Y yo te miré como solo miran las personas que saben interpretar esos gestos. Te juro que no sé si me gustó más tu forma de hablar o de callar, porque de las dos formas me regalaste declaraciones a gritos. Sabemos perfectamente lo que nos apetece hacer, pero también que haremos justo lo contrario. Como dos amantes que dejan de caer en la tentación pero prometen no olvidarse nunca.

Y nunca se irán las ganas de verte y tirarte al suelo.

Amor, se te olvidó sobre la mesa la última caricia que nos dimos. Así que vas a tener que volver.


jueves, 10 de marzo de 2016

"Cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí, y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada. Esta es la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad" - J. L. Borges. Causalidad y no casualidad. Es la manera más bonita de hacer que dos personas se vuelvan a ver. Retrasar o adelantar la hora de salida, para que nuestros relojes se pongan de acuerdo y coger el mismo metro, sentarse en el mismo vagón y compartir los mismos minutos de espera entre estación y estación.

Causalidad, que no casualidad. Que te busque con la mirada. Que hayas provocado que me guste que me cuentes esas historias. Ajenas. Para todo el mundo. Menos para mí. Y que no tenga ganas de volver a casa si no es porque compartimos camino.

Es la causa de tu efecto que quiera ser la aguja que marca la hora punta en tu reloj. Para que nunca llegues tarde a nuestra cita elocuente y pueda parar tu tiempo cuando se trata de compartirlo. Mirarnos con la perspectiva que no tengo, y descubrir si tus ojos miran a mis labios cuando hablo. O cuando sonrío.

Causalidad y no casualidad porque haces y deshaces, a tu antojo. Porque me haces y me deshaces. Me haces cuando me miras y me deshaces en la esquina en la que se separan nuestros caminos. Sin que lo sepas. Sin que lo sospeches. Eres mi causalidad más bonita.

viernes, 22 de enero de 2016


“Es como la pescadilla que se muerde la cola” Las personas mayores dicen mucho esto. Como si no fuera suficiente asumir la derrota o la recaída, siempre llega alguien que tiene que soltar ese comentario sin morbo. Y sí. Lo reconozco. Lo he vuelto a hacer. He vuelto a sacarte de quicio, a romperte los esquemas y a serte infiel con mi orgullo. Perdona. Una vez más, perdona.
El que calla, otorga. Y el que perdona, olvida. Olvida, porque esa declaración de nuevas oportunidades, lleva intrínseco que, si decides perdonarme, es porque no volverás a hacer uso de los reproches y los recordatorios con alarma. Y no te hablo de borrón y cuenta nueva, no. Te digo que simplemente rompas los calendarios y las páginas escritas, y hagas como si fuera la primera vez. No la segunda, ni la próxima, ni una última oportunidad. No sé qué gusanillo nos picará para que seamos tan incapaces de perdonar. PERDONAR.
En mayúscula. PERDONAR. Hoy y ahora. Es como decir: “te dejo que vuelvas a ser humano, que te equivoques”. Desde que somos pequeños, nos han enseñado que en la vida todo se aprende a base de errores. Baches en el camino, ante los que debemos crecernos, para que la debilidad no llame a la puerta y se siente en nuestro salón. Entonces, ¿qué te pasa? Qué es lo que no te deja ser adulto con teorías infantiles, y reconocer: sí, te perdono.
Te da miedo. Lo he hablado con tus ojos cientos de veces. Me han dicho, de mil formas distintas, que no saben qué hacer sin mí. Y que les abruma la idea de que llegue el día en el que no sepas perdonar. El miedo, en realidad, es un mecanismo de defensa hacia los cambios. Pero yo te digo que no te defiendas, amor. No te voy a atacar.
Pero perdóname. Hazlo a ciegas. Como si fuera una declaración de amor. Nos hace fuertes. Nos hace crecer y aceptar que, igual que una vez nos perdonaron, nosotros también debemos tener esa valía. Confianza sobrenatural, que indica que no importa cuánto tiempo tardes en dejar de ser humano.
Yo voy a quererte hasta cuando menos lo merezcas.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Las casualidades nos dan aquello que nunca se nos hubiera ocurrido pedir. Los hallazgos más inesperados que, en ocasiones, marcan un antes y un después. Como si de repente todo comenzara a girar en una nueva dirección; o como si todo tuviera un poco más de sentido en este mundo acelerado y sin razón. Esa ha sido una de mis mayores lecciones de 2015: saber aprovechar esas pinceladas de casualidad, que sin darme cuenta, estaban preparándose para la mayor obra de arte expuesta en mi museo. 
Ha sido un año de limerencia total, de conocer nuevas personas y de saltar al vacío hacia próximos horizontes. Me he muerto de miedo y he tenido la valía de enfrentarme a todos los obstáculos que me ponía la lluvia. Me he enfadado, aunque en ocasiones fuera orgullo y no rabia; pero, sobre todo, me he reído. He llorado de la risa hasta que me doliera la barriga, y me ha dolido la barriga cuando él dibujaba una sonrisa en mí. He echado de menos y de más; y a los que se fueron marchando, traté de unirlos a mí con un lazo, para rememorar todo lo un día nos unió un país lejano.
Soy consciente de que 366 días dan para cambiarlo todo y dar un vuelco a mi vida. Que hoy estoy aquí, y mañana, no lo sé; qué decisión o qué casualidad me hará plantarle cara a mi rutina para cambiarla por algo diferente. Por eso, como siempre escribo en estos últimos días del año, y como ya dijo Paulo Coelho, "quiero creer que voy a mirar este nuevo año como si fuese la primera vez que desfilan 366 días ante mis ojos. Ver a las personas que me rodean con sorpresa y asombro, alegre por descubrir que están a mi lado compartiendo una cosa llamada amor, de lo que se habla mucho y se entiende poco [...] De esta forma, seguiré siendo lo que soy y lo que me gusta ser, una constante sorpresa para mí mismo."
Gracias a todos por estos 12 meses. No me caben los recuerdos entre las manos,,













¡F E L I Z   A Ñ O   2 0 1 6!

sábado, 7 de noviembre de 2015

If
tomorrow
never
comes

Ronan Keating me ha hecho reflexionar sobre estas cuatro palabras. Si mañana nunca llega. Si mañana se convierte en el siguiente paso inexistente, y solo me quedara hoy para decir todo lo que no te conté. Lo que la cobardía se comió a mediodía, o de lo que el miedo se aprovechó por la noche. No somos conscientes de la cantidad de cosas que nos callamos por dejarnos llevar por la aparente situación inapropiada de la que nos autoconvencemos. ¿Arderíamos en desesperación o estaríamos conformes? Yo sería de las que se quedan en el primer bando, porque hablo más veces en silencio que pronunciando palabras. De las que se quedan pero se levantan corriendo antes de que se agote el tiempo, y callarme ya no sea una opción, sino una imposición.

Si mañana no tengo la oportunidad de volver a elegir(te), te volvería a elegir. Si mañana nunca llega, me quedaría con las ganas de decirte que llenas mis ojos de pétalos, aun estando en pleno otoño. Si viviera cada día como si mañana nunca fuera a llegar, no estaría callada. Mis palabras querrían devorar cada sonrisa desconocida, se enamorarían de cualquier mirada en el metro y cantaría canciones para amantes sin futuro. Dedicaría más minutos al día a reconocer los detalles de los que visitan mi tempestad para convertirla en calma, de los que hacen planes para caminar junto a mí, y a los que ponen su hombro a pesar de estar a kilómetros de distancia. Pero sobre todo, llenaría tu vida de la única palabra que unifica todo lo que me falta por decirte:
G R A C I A S

Por hacerme pecar. Por esperarme. Por fracturar mi mandíbula a carcajadas. Por invertir mi tiempo, y convertirlo en una máquina valiosa de todo lo que me falta por hacer. Por derretir relojes a mi lado. Por mirarme de espaldas y sonreírme de frente. Por querer y por quererme. GRACIAS, por darme un motivo más para morirme de miedo if tomorrow never comes.

martes, 6 de octubre de 2015

Querer no es obligarse a conjugar el mismo verbo. No es condicionar las frases con el mismo complemento circunstancial de tiempo, ni hacer las mismas promesas. Querer no es cambiar tus puntos de vista. Es saber ver a través de sus ojos, sin quitarte tus gafas. Ni lo tuyo es tan tuyo, ni lo mío tan mío. Aceptar, respetar, entender. Compartir.

Compartir los minutos. Compartir las risas. Saber que ambos miran en la misma dirección, aunque en ocasiones tomen atajos diferentes. Compartir no es comer del mismo plato; es pedirse cada uno el suyo y partir a medias. Apostar por lo vuestro, sin tener que renunciar a lo tuyo propio. Compartir es estar juntos en los minutos de soledad, y no sentirte culpable porque el silencio se haya apoderado de la conversación.

Soledad no es lo mismo que estar solo. Uno puede estar solo rodeado de gente. Puedes recibir 50 WhatsApp en una misma mañana y no sentir absolutamente nada. Soledad es el sótano de un rascacielos cuando todos observan las vistas desde la terraza. Y estar solo, en ocasiones, es privilegio. Es el regalo de poder conversar contigo misma y de ser. Sin adjetivos añadidos.

Ser. Completamente tú. Es llorar delante de quien sea porque algo te hace daño. Es sentirte impotente porque te quedaste con ganas de confesión a alguien que ya no está. Y que no estará. Y reconocer sin batallas de orgullo que no siempre se gana. Que los perdedores también son felices.

Felicidad no es demostrar a todo el mundo que sonríes. Felicidad es inspirar sonrisas a las personas que más quieres. Felicidad es pensar en lo que le hará feliz. Felicidad es sentirte realizada, aunque sea por haber hecho bien una tortilla. Felicidad es amor propio.

Compartir tu vida, es querer. Y yo, te quiero. Y no te comparto con nadie. Porque ni en mi rincón de soledad más oscuro, me has hecho sentir sola. A pesar de que, muchas veces, me he encontrado estando sola y pensando en ti cuando debía ser en mí. Porque yo solo soy contigo. Y porque, cada mañana, me pregunto: ¿cómo puedo hacerte feliz hoy?

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Hay ocasiones en las que te das cuenta de que las oportunidades van y vienen, pero nunca vuelven. Por eso nos pasamos la vida eligiendo entre una cosa u otra. Al fin y al cabo, nosotros mismos somos una sucesión de decisiones que nos han ido transformando en lo que hoy nos hemos convertido. Sí quiero o no quiero; carne o pescado; me levanto o duermo 5 minutos más. Da vértigo pensar que todo lo que hacemos provoca una reacción en cadena que nos presenta ante nuevas decisiones. Como una fila de fichas de dominó. Y de la misma forma que unas decisiones dependen de otras, parece como si aplicáramos la teoría de los juegos en nuestra vida, y de repente nuestras elecciones estuvieran a la espera de las de la gente que nos rodea. Porque hay ocasiones en las que no importa tanto lo que a ti te apetezca, sino lo que queremos hacer teniendo en cuenta lo que harán los demás. Tú primero. Y luego todo lo demás.



Imagina que ese día no llegas a salir 10 minutos antes, porque sí quedaba leche en la nevera y pudiste desayunar tranquilo. No te hubieras cruzado con esa chica especial, con la que compartiste las miradas más intensas de la semana. La que abofeteó a tu mala suerte, y te hizo crecer 10 centímetros aquella mañana. Tocando el cielo. Y por la que tuviste un día excelente, lo que supuso que tu jefe se diera cuenta y te felicitara por tu buen informe. Estabas de tan buen humor que al salir decidiste parar y comprarle un dulce a tu madre, para sacarle una sonrisa. Y llegando a su casa, te convencen para comprar un boleto de lotería que resultaría premiado el fin de semana. ¿Y si los fabricantes de cartones de leche hubiesen decidido hacer tetrabriks más grandes?

No sé si existe el destino. O si las decisiones juegan a tentarnos para que no dejemos pasar las grandes oportunidades que nos ofrece la vida. No sé si estás aquí por elección propia o caprichosa. Ni si quiera sé si decidirás quedarte mucho tiempo. Pero yo, volvería a elegirte. Una y otra vez. De otra forma y otro día. Pero contigo, siempre / donde / quieras.

lunes, 13 de julio de 2015

Me he dado cuenta de que solo hablo del tiempo y de que es mi moneda de cambio para absolutamente todo. Del que me queda y del que he regalado. Y puede que esta sea la razón por la que soy tan tremendamente ordenada con las horas que marcan mis días; o que eso solo sea consecuencia del orden hereditario de mi familia. Contigo me arriesgo a tirar los relojes por la ventana. A perdernos por algún lado y salvar el mundo. En un Chevrolet del 60 y con un pañuelo que vuele a medio camino. Contigo apuesto todas mis fichas. Un all in de tiempo. Acabe bien o mal. Las decisiones que marca el corazón nunca serán, a consecuencia, un error. Puede haber elecciones más o menos acertadas. Pero errores, nunca. Puedes tratar de utilizar la excusa de que la confusión de los primeros meses te hicieron precipitarte, pero jamás podrás negar que lo que en su momento te llenó el alma, algún día terminará en el cajón de las cosas que jamás debiste probar. Porque lo cierto es que esta forma tan intensa de amar es demasiado bonita como para describirla con palabras.

miércoles, 24 de junio de 2015

Sé que por mucho que pase, no podré volver a verte sonreír; y es precisamente esa una de mis mayores penas. Pero también sé que es la angustia por el paso del tiempo, lo que nos hace hablar del tiempo que hace. Conozco las consecuencias de días como estos, así que hoy quiero romper con lo preestablecido y echarte de menos no porque sea un día diferente, sino porque se ha convertido en un añadido más a mi persona. Quiero seguir siendo la que tiene doble alma, la que lleva dos corazones, y la que se encarga de coger tus metas y llevarlas en el bolso, cual complemento, para irlas consiguiendo. Hoy soy feliz por poder decir bien alto que seguimos soplando velas aunque no estés. Para mí, siempre continuarás cumpliendo años, y nosotras los festejaremos. Un hombre cuenta sus historias tantas veces que al final él mismo se convierte en esas historias. Siguen viviendo cuando él ya no está, de esta forma, el hombre se hace inmortal.

lunes, 15 de junio de 2015

Ellas son lo más bonito que ha conocido Madrid; las sesileidis que alegran las noches de la Nuit y los días en Atocha; los cuatro soles que han amenizado estos fabulosos cinco meses en la capital; las resacas mejor acompañadas por un desafinado saxofón en el Reina Sofía, y los primeros nombres que susurrar ante cualquier situación: sean lágrimas o risas. Hoy quiero brindar por el simple hecho de contar con ellas, porque muy pocas personas tienen esta suerte. Independientemente de nuestras diferencias; eso es lo que nos hace ricas. Y quiero agradecerles el haber estado a mi lado, siempre. Dispuestas a una mesa redonda en el Burger King que nunca llegué a conocer; a coger comida prestada de frigoríficos ajenos; a cantar en el metro y avergonzar al que nos rodee; a reírnos; reírnos de nosotras y de lo bien que se nos da ridiculizarnos. Lo valioso de estos meses es que aun estando lejos de casa, el vacío que marca la distancia ha quedado embaucado por amor, cariño, y sobre todo amistad. Me muero de pena. Por tener que compartir con la distancia nuestras aventuras y no tener otro año donde poder comernos la ciudad. Sin embargo, me invade la certeza de que por mucho que nos alejemos o nos perdamos, siempre vamos a volver a nuestro punto de partida en cuanto toque reencontrarse. Y las voy a echar de menos, no porque sin ellas todo vaya a ser más difícil, sino porque con ellas me sentía viva. Feliz. Y les debo la mayor parte de mis sonrisas. Por sacármelas, por cuidarlas. Hoy brindo por el orgullo de poder decir que tengo a las mejores amigas del mundo.

 Qué será de Madrid, sin nosotras cinco

domingo, 24 de mayo de 2015

Ese momento en el que alguien te confiesa que has pasado a formar parte de su círculo vital de necesidades. Cuando las palabras se muestran tímidas y pequeñas, a pesar de que son las más grandes del universo; para decirte que una parte de ti se ha convertido en imprescindible. Supongo que es justo en ese instante en el que te das cuenta de lo infravalorado que está el tiempo. Que quien siga creyendo que es una magnitud física, ya puede ir cambiando de opinión. Porque cada uno maneja y manipula el tiempo a su antojo. Lo aprovecha o lo tira; lo mima o lo desatiende; lo gana o lo pierde. Para los que todavía no han visitado a los relojeros emocionales para preguntarles sobre el verdadero mecanismo de las manecillas que marcan el paso de las horas, me comprometo a explicarles que todos tenemos dos tipos de reloj. El primero, el convencional, con el que se rigen todas las actividades paralelas a lo que hoy les cuento. El que solo conoce de marcas y no viaja de la mano de los golpes de suerte que aceleran el corazón.


Luego está el que vale la pena. En el manual de instrucciones deja bien claro que solo entiende del ahora; porque mañana vete tú a saber: qué seremos o quiénes seremos. El que mide el tiempo en sentimientos y se para cuando el primero sigue caminando; creando así la dicotomía sobre lo real y lo que nosotros percibimos como real. Gracias a él hemos congelado al resto de personas que pasaban a nuestro lado a la salida del metro, para que las despedidas no sean interrumpidas por nadie. Y supongo, que al mismo tiempo, es el único culpable de esas palabras y confesiones que susurras cada noche. Porque en nuestro reloj de pulsera el tiempo ha avanzado a años luz, y hemos perdido la verdadera noción del largo plazo. Se nos hace la boca agua pensando en lo relativamente poco que hemos tardado en correr a esta velocidad. Y de ahí que haya personas que con 12 meses de relación, confiesen que ha sido equivalente a una vida juntos. Aprendamos a utilizar nuestro tiempo como nos apetezca. A dormirlo o excitarlo en mitad de la noche, pero rompiendo con los segundos convencionales.


Supongo que es lo especial que tenemos. Que en dos horas somos capaces de vivir por dos días. O por doscientos.

lunes, 18 de mayo de 2015

Every step I take
Every move I make
Every single day
Everytime I pray
I'll be missing you

sábado, 9 de mayo de 2015

Cuánto me gusta pensar en alguien con la certeza de que, esa persona, también estará pensando en mí en ese momento. Instantes de felicidad; que capturamos en silencio y que duran para toda la vida. Sin saber qué motivos nos habrán llevado a esa conexión mental a distancia, el tiempo ha manipulado de las suyas para que las arenas del reloj se bloqueen si no estamos juntos. Y parecen pactos del destino que los dos hayamos tenido que pasar por tantas casualidades para darnos cuenta de que del mismo modo que nos reíamos de ellas, íbamos juntando las manos. Con o sin diagnóstico determinado, a este vacío se le llama echar de menos. Apurar cualquier tarea para engañarnos y pensar que así las horas pasan antes. Vuelan. Como volamos cada vez que me robas un beso; o lo ganas.


Debates a las 4 de la mañana sobre qué es el amor. Lo poco que el mundo hubiera evolucionado de no estar conectados a esta maquinaria de afecto tan potente, que revoluciona el mundo. Que la ingeniería más compleja es la del circuito de los sentimientos. La única ciencia sin fórmula exacta, pero la que responde a cualquier ecuación. Sin la que podríamos haber avanzado años, pero sin la que no valdría la pena experimentar. Y que hasta los personajes inalcanzables están conectados por la misma debilidad que la nuestra. La de mirarse y derretirse. La del éxtasis emocional cuando pronuncias las palabras mágicas que activan cualquier corazón de este planeta. Reivindico el amor sin vergüenza. Puedo decir que estoy viva y respirar, porque tengo satisfechas todas mis necesidades biológicas; pero uno no está realmente vivo si no siente en sus entrañas ese afecto que llamamos enamoramiento, cariño, aprecio, adoración, respeto hacia el otro. La vida se puede vivir de muchas maneras, yo prefiero vivirla enamorada de alguien o de algo, o de las dos cosas a la vez.

miércoles, 6 de mayo de 2015

miércoles, 29 de abril de 2015

Me gustas cuando te tropiezas con tus propias prohibiciones
Cuando te saltas la línea tabú 
y esperas a que yo me de cuenta.
Cuando utilizas la primera persona del plural de cualquier verbo 
por equivocación
O por errónea equivocación.

Me gustas cuando pierdes el sentido de las palabras 
y solo te quedan besos para hablar en el mismo idioma
Porque es el que mejor se nos da.

Me gustas cuando me miras
Ocultando
Y esperando a que pregunte, 
¿por qué? 
Y que me retes a no perderte de vista en los próximos segundos.

Me gustas cuando gritas en silencio 
¡que te mueres por hacer eterna la noche!
Más alto que los susurros
Y en el fondo estás analizando la lectura más profunda de mis gestos. 




Me gustas en cada una de tus rarezas,
tus contradicciones 
y tus estilos retro.

Me gustas cuando quemas mis sábanas,
sin haberlas tocado
Cuando me haces volar,
sin haberme impulsado

Me gustas cuando valen las excusas
o las mentiras,
cuando se trata de vernos
y no enfrentarnos a la distancia.
Cuando no te quedas con las ganas, 
y te quedas conmigo.

Pero sobre todo,
me gustas
cuando me dices
que te gusta
la forma en la que me gustas.

domingo, 26 de abril de 2015

Con cuántas personas estamos y con qué pocas somos. Lo habré leído unas mil veces. Es como un aviso para que te prepares a ser o no ser. A decidir qué personas merecen conocer tu cabezonería, y quiénes seguirán pensando, durante el resto de sus vidas, que solo eres una sonrisa amable más. No sé si eso se convierte en privilegio o castigo. El caso es que contigo me pasa que se me pasa todo. Que me da igual que no quieras ser, completamente tú, yo contigo siempre soy. De la forma más pura. Aunque ello, en ocasiones, pueda terminar por irritarnos. Porque no hay cosa que más me fastidie que darme cuenta de lo desarmada que estoy ante ti. Y lo sabes. Por eso nos retamos a batallas perdidas durante horas. Porque me haces feliz. Porque sabes sacarme esa sonrisa, que aparece de cualquier forma, por cualquier cosa. De esas que si no es porque las experimentas, parecen innecesarias.


Pero, ¿quién nos dice a nosotros que estamos haciendo las cosas bien? Quién nos asegura que la brevedad de tu visita se nos hará eterna. Que las mañanas más efímeras durarán 25 horas y que los peores días serán como hoy. A qué tienes que aferrarte cuando tienes que saltar del avión y la caída es tan larga. Todas las aventuras y decisiones importantes conllevan ese gran salto de inexperiencia. Ese miedo del que hablamos, por si en el momento de escondernos del golpe, el paracaídas no abre y nos hemos dejado los recursos por el camino. Creo que creer es lo más poderoso que tenemos. Creer en que podemos. O creer en que creemos que podemos. Que lo hagamos como Neruda, sin reflexionar, inconscientemente, irresponsablemente, espontáneamente, involuntariamente, por instinto, por impulso, irracionalmente.

lunes, 20 de abril de 2015

Yo quiero que me quieras como quieras
como inventes y sepas
como menos te duela
y te mate por dentro
como mejor te salga
como el peor secreto
como no puedas querer de nuevo.

Yo quiero que me quieras a tu manera
aunque lo digas poco y lo sientas todo el tiempo
aunque nunca me escribas un poema.

No quiero que me quieras
porque estoy enfermo
sino
porque no tienes más remedio.

Y si no puedes quererme así
de un modo imperfecto
pero inédito
entonces
entonces no me quieras

viernes, 17 de abril de 2015

Estaba pensando en lo bonito que es descubrir. En lo mucho que nos gusta no conocer el detalle y esforzarse por que esa expedición dure lo máximo posible. No sé si por miedo a encontrarnos con algo que nos haga darnos por vencidos, o porque realmente estamos disfrutando. Creo que conocer a nuevas personas es uno de los tesoros menos valorados de la historia. Sin embargo, de los que más nos enriquecen. No todas las personas que entran en nuestras vidas se quedarán en ellas para siempre. Y no todas las personas a las que amamos han firmado un contrato de por vida. Pero tengo la teoría de que cada vez que entregamos ese amor, sea platónico, voraz o romántico, nos sirve para valorar de qué forma hemos querido antiguamente. Nos muestra cómo hemos fracasado y las veces que tentamos a la suerte por no divorciarnos del orgullo. 


Por eso encontrarnos con un nuevo sentimiento bloquea tantas puertas. Porque al mismo tiempo que una llave las abre, se bloquea la cerradura con contraseña. Volver a querer es la forma más humana de superar un desamor. De darnos cuenta de que seguirías queriéndole de por vida, pero ya no de la misma forma. Ni con las mismas ganas. Cada vez que crece la distancia entre nosotros, es una oportunidad nueva de volver a ponerle ganas a la vida, y nos recuperamos con la ilusión de volver a sentir. Es un poco desalentador pensar que algún día ese derroche justificado de amor puede llegar a quedarse en un recuerdo. Y que tantas ganas que le pusimos, al final se convirtieron en un "no pudo ser". Puede que no exista explicación al viaje migratorio de las personas que entran y salen de tu vida. Simplemente vienen y van. Un círculo continuo de amor y pérdida en el que los que ganan, son los inesperados papeles de la vida. O quizás el problema está en que nunca queremos lo suficiente.

viernes, 20 de marzo de 2015

Después de 22 años, he llegado a la conclusión de que en la vida encontramos tres tipos de decisiones. Están las que tomamos a conciencia, las que vomitamos al azar y sin pensar, y las que otros eligen por nosotros. Yo juego a mezclarlas: efecto secundario del miedo a decidir; combino un poco de cada y reduzco la posibilidad de culpa y hasta de caída. Puede que incluso este sea un cuarto tipo de decisión. Pero eso lo dejamos para cuando me decida a reconocerlo.
Las primeras, las atrevidas. Por las que apostamos. Aunque nos haya llevado semanas tomarlas. Pero aceptar que la inconsciencia es la mejor de las opciones ya es de por sí uno de los mayores riesgos. Todo o nada. Pero nos dejamos la piel en defender que nuestras decisiones, las tomamos porque consideramos que nada peor nos podría pasar a partir de ese momento. Como si desapareciéramos del punto de mira de los tópicos supersticiosos, y nos convirtiéramos en un trébol de la buena suerte. Y yo de estas, conozco muchas, aunque luego cayeran en el pozo del arrepentimiento.


Las del azar, las del miedo. Los escudos del acero más oxidable. Las que nos venden en cualquier rastro de Madrid como la mayor reliquia, y al final no son más que un producto chino de buena imitación. Decisiones que ordena nuestra más pura inestabilidad emocional, el impulso de rabia o de felicidad que no contempla repercusiones que lleguen más allá de la noche. Tienen la misma posibilidad de victoria que las anteriores, pero si fracasamos siempre tendremos la excusa de haberlas tomado bajo la presión del momento.
Y las últimas, las tuyas; que vuelves nuestras. Las decisiones que tomaste para romperme los esquemas y unificar nuestras voces en una sola. Quizás las que más duelen, porque juegan con la ventaja de anular mi acción y reacción. Como si me obligaran a dejar de quererte, a levantar un muro de piedra mientras solo me queda material de goma. No llevan mi voz, pero sí mi firma de consentimiento.


Y por esto, me asustan las decisiones. Porque nos arriesgamos a cambiarlo todo. A ganar o perder. Pero al fin y al cabo, no deja de ser un riesgo. Tú siempre vas a ser mi decisión más traicionera. La que me vendó los ojos y me ocultó el doble sentido del camino que tomaste por los dos. La repercusión más devastadora y la aventura inefable que me costó cinco meses de inseguridad. Hoy decido yo por los dos, por cerrar el círculo vicioso. Mi arte siempre fue nuestro amor, pese lo que pesen las minúsculas opciones que me dejaste para elegir.

viernes, 27 de febrero de 2015

¿No les da miedo lo rápido que pasa el tiempo? La cantidad de recuerdos que somos capaces de almacenar en unos minutos: una mirada o un roce de mejilla pueden ocupar lo mismo que dos semanas encerrada. Y es tan efímero. A mí por eso me gusta ir archivándolo todo en una libreta y añadir las anotaciones sobre lo último que recordamos de cada noche. Nos hemos esforzado por mantenerlos, cuidándolos por encima de nuestras posibilidades para que sirvieran de base a lo que, en un futuro, se nos pueda olvidar. Pero fíjate, ¿y todo lo que etiquetamos al dorso de esos recuerdos? Un olor, el sonido de su voz, el roce de sus zapatos por el pasillo de casa, identificando su estado de ánimo en función de la rapidez con la que un pie procedía a otro, se me ha ido olvidando. Se me deshace de entre los dedos y pasa a convertirse en un deseo incontrolable de retroceder en el tiempo; y no para aprovecharlo de una forma diferente, sino para robar un poco de ti y guardarlo conmigo. 


Al principio, aceptar que cada minuto suma, al compás en el que tú te alejas, es fácil de asumir. Es como entrar en guerra con una coraza. No importan los golpes más fuertes si no eres consciente de ellos.

Pero no es tan sencillo. El miedo es aquello que sientes cuando te das cuenta de que tienes algo que hacer. Sí, esa incomodidad de orgullo y la respiración entrecortada. Esos somos nosotros, tú, yo y ellos. Todos; cuando nos damos cuenta de que a la próxima, tengo que arrancarle una última sonrisa. Pero no para disfrutarla hoy, para mañana. Y para todas los próximos días en los que me dé cuenta de que no estás. Y no te hablo de ser atrevidos, ni de lanzarnos a decir cómo nos sentimos sin escondernos. Eso lo dejo para cuando todavía no tenga que aferrarme a una fotografía para poder hablar.

martes, 3 de febrero de 2015

Vuelvo. Vuelvo para quedarme. Y oficialmente veo como la ciudad más mágica de toda Europa se destiñe y desaparece por la ventana del tren. Nadie te cuenta esta parte. Nadie te habla de lo duro que se hace cambiar el chip de un día para otro y tener que decir adiós a personas con las que has compartido más memorias de las que eres capaz de recordar. Y yo tampoco lo voy a contar. Y no porque no tenga el alma inundada en lágrimas, sino porque creo que la felicidad que estos últimos meses me han aportado merece muchísimo más la pena. He recibido más amor del que nunca seré capaz de entregar. Me he dado cuenta de lo valioso que es poder sacarte una sonrisa por ti misma, sin depender de segundas miradas. Sin tener que excusarte en que no eres lo suficientemente fuerte como para afrontar un pasado y un futuro sin sus muletas. Hoy soy una persona diferente. Tengo el corazón dividido en nacionalidades y los ojos empañados en mil formas de ver la vida. De amar la vida. De aprovechar los minutos del día. Y doy las gracias por haberme lanzado a esta aventura; porque he conocido a gente maravillosa. De esas personas que incluso con sus rarezas tienen algo que enseñarte, porque no hubo día en el que no sembraran una pequeña semilla de lo que hoy es un jardín inmenso.


Han sido los 153 días más especiales de toda mi vida. Los que han provocado más sonrisas, y los que han dado el mayor vuelco al corazón. No tengo palabras, de verdad, para expresar la felicidad con la que recuerdo todos y cada uno de nuestros días allí. No me puedo creer que haya sido capaz de tocar el cielo con tan solo un impulso sobre dos ruedas. Y el miedo que me daba al llegar; y lo poco que tardé en acostumbrarme. He besado por primera y última vez. He sido de todos los rincones del mundo al mismo tiempo y me he dado cuenta de lo especiales que somos. De lo muchísimo que podemos aprender del otro con tan solo una conversación; copiando costumbres y probando nuevos sabores. Convivir con distintas formas de tomar el café por las mañanas, levantarme como si fuéramos a comernos el mundo y brindar por y con las sonrisas más sinceras. Gracias por esta experiencia. Por haber conocido a mi alma gemela, y llevarla siempre de la mano. Por las personas que me sacaron un "me gusta mucho estar contigo", y por las que supieron acelerar mis días malos. Hay ocasiones en las que un par de meses son suficientes para robarte el corazón. Aunque al principio nos tratáramos de convencer de que se pasaría rápido; solo por el miedo que nos provocaba saltar a un precipicio con indicaciones en un idioma desconocido, y sin confiar del todo en los pasajeros que se sumaban a la aventura. Y de ahí siempre la incapacidad del ser humano para arriesgarse en los viajes más difíciles, para querer a ciegas y a primeras. Y yo quise con venda y sin cambios de marcha, sin arrepentimientos. Porque incluso de las malas decisiones supimos sacar el lado bueno de las cosas. Uno siempre vuelve a los lugares donde encontró la felicidad. Nos vemos pronto.

sábado, 24 de enero de 2015

Hoy he leído que lo que duele no es el dolor.  Lo que duele es conocer un vivo menos, la ausencia y no saber volverlo a intentar. Y fueron de esas lecturas que de no ser por el desorden con el que me he levantado, no habría pensado que en cada frase mi nombre estaba escrito en un segundo plano. Pero lo cierto es que mi despertador hoy sonó diferente. Cómo de orgullosos pueden ser los que nos hayan dado este guion, que se niegan a reconocer que podemos cambiar de acto si a nosotros nos apetece; porque dejó de gustarme mi papel y ahora quiero interpretar uno de verdad. A lo que iba. Esto que me duele, esto que me lleva persiguiendo más días de los que me voy a permitir escribir, no es el dolor. Es esa sensación de que algo me falta. Y no es el aire. Tampoco es el tiempo; porque aunque desaparezca antes de que hayamos aprendido a disfrutarlo, siempre vendrán nuevos que nos enseñarán a caminar a su ritmo. No son las ganas. Y tampoco la ilusión.


Son los recuerdos. Eso me falta. Que estoy cansada de los mismos. Sin caducidad ni renovación. Nunca dejan de aparecer, pero ¿dónde pido cita para crear unos nuevos? Para tener más variedad, y no recurrir siempre a las mismas ayudas. Tantos que hasta incluso unos olvidan a otros; de esos que se van amontonando. Para un día revisarlos uno por uno, y sorprendernos con las sutilezas con las que nos divertíamos durante tantas horas. Al final, lo que nos queda de una relación, un viaje o una noche son los momentos. Y no de los que se capturan en fotos. Porque de estos recuerdos que te hablo, no hubo tiempo para enfocar. Ni si quiera llegamos a sacar la cámara del cajón, porque preferimos mantener la mente ocupada en absorbernos con la mirada. Y es que antes de decirte adiós quiero que nunca llegues a sentirte como yo. Quiero poner el último sello de tu pasaporte. Quiero ser la última canción que escuches en el mismo bar de los viernes, y el candado más desgastado de toda Holanda. 

Pero por encima de todo, quiero dejar de sentir esto que duele. Que no es dolor.

viernes, 9 de enero de 2015

Las revoluciones que surgen en la calle son las que menos duelen. Las guerras de fuego están para asustarnos, para evitar que los verdaderos terremotos arranquen vidas. Mi revolución, la tuya y la suya. La interna. La que provocamos con un choque de sentimientos. Las batallas anónimas, sin cargar con munición ni gastar gasolina en tanques, son las que duelen. Que aparecen de la nada, como una canción aleatoria. Inesperada. Cuando te hieren en el punto vulnerable más escondido; cuando no puedes ni hablar por miedo a reflejar tu debilidad en sus ojos de pena. Por miedo a que se dé cuenta de que te tiemblan los labios; y que tu sonrisa camufla una almohada empapada en lágrimas. Entretienes la defensa con telarañas, para evitar otro ataque. Para evitar volver a escuchar lo que por dentro de ti comienza a arder. Para alejar la idea de que el nombre más tecleado en tu ordenador, está a punto de cavar trincheras en los últimos capítulos de vuestra historia.


Llegué a llamarte caballero, soldado. Llegué a pensar que no tenía la cabeza como para hacerte creer que no me importabas. Que un día me tocaría reconocer. Y lo hago hoy. Seguramente ahora ni estarás pensando en qué será de mí. Qué me confunde y qué no me deja dormir. Qué hay de más en mi agenda para evitar pensar que no hay casualidades que se hayan interpuesto entre nuestros bandos. Fuimos nosotros y mi pequeña obsesión por siempre atormentar los sentimientos primerizos. Y que si no era amor, era vicio. Porque jamás una boca me hizo regresar tantas veces por un beso. Tantas y a oscuras. Entrelazando copas o sin ellas. Dentro o fuera. En las camas en llamas o en las vacías. Porque preferiste alegrarme el corazón y no la piel. Y porque ahora, la destruyes. Pero hasta los últimos bombardeos quedan reflejados. Por lo que un día compartimos.


A ti, te reconozco, que aunque nunca fuimos nada, siempre hubo algo entre nosotros. A ti, gracias por hacerme sentir que era capaz de volver a sentir

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Muchos se quejan de la Navidad porque es una excusa para acertar siempre con la sonrisa a cualquier pregunta. Son días para gastar y ensuciarnos las manos con todo lo que callamos, por no mancharnos con una nueva diferencia familiar. Están los que se empeñan en no ver el lado bueno de las cosas y se encierran en la misma paradoja año tras año, sin entender las colas de tres horas para que nos envuelvan un regalo. Nadie nos impone llorar de alegría. Ni dar abrazos de más. No conozco la política de la necesaria sonrisa en Navidad (todavía), ni voy a sentirme culpable por no perdonar lo que jamás tendrá una segunda oportunidad. Pero a los que se niegan a reconocer que no son las fechas, eres tú, esos tampoco merecen un perdón. A mi que no me engañen, que no necesitas convencerme de que no te has emocionado al ver a tu madre preparando un festín solo para cuatro, porque sí. Porque la hace feliz. No hagas el esfuerzo en hacerme creer que las palabras de cariño son fruto de las fechas especiales. Te guardo el secreto de que reconoces, como todos, que en el fondo la Navidad no es más que disfrutar de la felicidad de las personas que más quieres.


Que empezar 365 días no nos asuste. Que el miedo y las posibles caídas nos alienten a motivar cada noche. A no conciliar el sueño y gastar tiempo en entender un poco más lo que nos rodea; que no malgastar. No cansarnos sin haberlo intentado dos veces, y tres, que es la vencida. Ganar las batallas, habiendo perdido unas cuantas. Por eso de aprender de los errores. Pero que si pudiéramos retroceder en el tiempo, cometiéramos los mismos. Porque mientras caíamos en la tentación, nos supo a lo que deben saber todos los errores: a aventura. Tener la fuerza de soplar una vela más cada año, sin que pesen a la espalda las 21 anteriores. Que lo que me destroce la columna sean todos los recuerdos acumulados, las instantáneas de los mejores momentos y los discursos que más lágrimas provocaron a lo largo de nuestra historia.

martes, 16 de diciembre de 2014

Las oportunidades siempre vienen de la mano de un y si. Son inseparables. Marcan la disyuntiva tentadora a nuestra elección; el pánico y el miedo que nos producen las decisiones más importantes. Y yo me aferro a cada y si que se me cruza en el camino. Porque me asusta. Me asusta la felicidad con la que me brillan los ojos cada vez que él decide regalarme una sonrisa. Y me gustan todas: desde las que se esconden tímidas, hasta las que terminan en carcajada. El caso es que siempre termino en la misma posición bajo las sábanas, escondida. Solo cuando el coraje llama a mi puerta, y no me quedan suministros para seguir recordando una imagen difusa de la última vez que me miró, me atrevo a retarle de nuevo. A empezar a jugar y esquivarnos con las ganas en la mirada. De verdad, qué tiene. Todo eso que me empeño en ver solo yo, mientras los demás no le dan importancia. Por qué a mí me vuelven loca todas y cada una de sus manías si, al fin y al cabo, son suyas, y no nuestras. 


Me entienden, ¿verdad? Ustedes también tienen a esa persona que te alegra el corazón con tan solo dirigirse a ti. Aunque no sea personal. Aunque solo sea para preguntar la hora y que valga de excusa para recordar siempre ese minuto. Y justo en el momento de añadir un nuevo signo de interrogación a nuestra pequeña y atípica conversación, él ya se ha ido. Demasiados y si me dejaron con la miel en los labios. Y de nuevo me doy cuenta de la cantidad de oportunidades que dejo pasar por el miedo a quedarme sin lo que quiero escuchar; demasiados análisis previos sobre qué dirá y cómo contestaré a lo que surja después; y más posibilidades en mente de las que realmente existen. Sencillo y directo. A la próxima, no la pierdo.


Y no la pierdo. Me he lanzado a la piscina y ahora me veo reflejada en sus ojos. De verdad que sí. Aunque solo sea por un par de minutos. Pero, de eso se trata, ¿no? De no volver a sentirme culpable por no haber llamado a su puerta y sonreír al recordar lo maravilloso que fue quererle. Sin importarme la cantidad de daños colaterales y mañanas tardías echándole de menos que pueda tener. Porque esto es algo maravilloso. Esto que tenemos, sin ser nada. Esto que me alegra el corazón con tan solo verle pasar. ¿Y si se lo alegro yo a él?


¿Y si no quiere más?, ¿y si le quiero para siempre?

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Llega el frío. Sucesión de emoticonos de Navidad y temporal (aunque nunca nieve). Ganas de ver una peli en casa enredada en mantas, con o sin chocolate, porque siempre se nos olvida ponerlo a la lista. Este año hasta me da igual si decidimos comedia o acción, mientras sea con vosotras. 300 fotos hasta conseguir que la serpentina violeta quede estratégicamente natural sobre el mechón que cae sobre el hombro. Más de diez minutos debatiendo sobre el color del papel que envolverá tu sonrisa durante los segundos que tardes en devorar los regalos. Brindar por los reencuentros y escribir mensajes que consigan sonrojar alguna mejilla. Y así, como quien no quiere darse cuenta de que ya han pasado 11 meses, vivimos los últimos 31 días del año deseando sentarnos a la mesa y, por fin, volver a oler el perfume de tu madre en cualquier rincón de casa; ir a la cocina y ver que la despensa nunca está vacía; que tus gatos son un poco más grandes, pero siguen escondiéndose debajo del mismo cojín diminuto; que aunque no encuentres una silla para ti, siempre estás entre nosotras y extrañamos tu poco espíritu navideño y la fuerza con la que invadiste mis 18 primeros años, dejando suministro suficiente para el resto de mi vida. Los encuentros furtivos por la calle, de esos que te cuesta reconocer. Y que no cambio Holanda por nada del mundo, pero os echo de menos. Y necesito de vuestra medicina, de vuestra obsesión por las bolas rojas y plateadas y mi empeño multicolor por que el árbol de Navidad parezca una acuarela.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Me asusta la velocidad con la que el tiempo me chantajea. Ya no le da miedo correr y permitir que entre la noche y la mañana, no haya más que un parpadeo. Porque, de verdad, fueron dos veces las que abrí los ojos; y en la segunda el sol ya entraba por la ventana. Y por no volver la lista finita, me asusta no pararme en cada suspiro. Que todo sea tan predecible. Escucha, vamos a sentarnos a hablar y pensemos en lo que estamos haciendo. En cómo, otra vez, los tópicos más comunes salen a nuestro encuentro para descentrarnos la mirada de la tentación.
Dicen, los que hablan, que mejor prevenir que curar, ¿no? Pero cuando la oportunidad de disfrutar se antepone al posible dolor que te pueda causar esa herida, ¿cuánto pesa el tiempo que tengas que invertir en curarte? Y es que simplemente hay momentos, oportunidades y hasta incluso personas, por las que merece la pena no prevenir. Y ya si eso, después, cuando no quede más a lo que aferrarse, curaremos el deseo. Esa cicatriz de ganas de más. De acelerar y que pasen mil noches y un solo día. De saltarnos el semáforo en rojo. Esos siguientes 100 días de cura en los que no podrás dejar de sonreír por haberte equivocado. Conmigo.

lunes, 3 de noviembre de 2014

La gente le tiene miedo a las despedidas. Le abruma la posibilidad de que esta vez sea la última. Que la vida da tantas vueltas que sin querer se cambia de carril y nos desvía de lo que pensamos que sería la mayor caravana. Nos encuentra nuevas rutas, incluso las que no salen en el mapa y son dignas de la mejor foto del otoño. El otro día me senté en la estación y me convertí en espectadora durante los últimos 10 minutos que esa pareja se dedicó. Yo no sabía su historia, pero al volver a casa seguía pensando en ellos. Ella le miraba de la misma forma que yo te miré a ti. Se moría de ganas por besarle de nuevo y deshacer su maleta allí mismo. Y controló el impulso de colarse por la ventana y así impedir que su corazón se alejara en tren.


Quise decirle que se marchara. Él no iba a volver. La chica que vale la pena tener es aquella que no espera por nadie. Esa que no tiene miedo de que un hasta luego pueda convertise en un adiós. Porque los puntos suspensivos se vuelven definitivos con tal solo borrar dos. Pero no quise privarla de los próximos tres días sin moverse de la cama. 72 horas que le servirían para darse cuenta de todo lo que se estaba perdiendo. Y así, tan fácil y tan complejo al mismo tiempo, las personas han ido creando un escudo protector para el día en el que tengan que despedir a alguien. Nos da miedo sentir demasiado, o sufrirlo. Nos asusta todo lo que tenga que ver con sentirnos solos, o acompañados por uno mismo, y no por el soporte firme de su hombro. A mí me aterraba el cambio, perder la noción de lo establecido y tener que ir descubriendo nuevos caminos sin compañía en el coche.

Y hoy, me asusto cada vez que me das las buenas noches. Por si no vuelves. O por si te quedas para siempre.